lunes, 4 de abril de 2011

Iswe Letu: el día y la noche


 ... y he aquí la plaza solitaria en el atardecer de un día cualquiera; en el cielo gris, un inicio de nubes en fuga y la quietud que va durmiendo en semillas de bullicios y los ruidos se aterciopelan con la tenue claridad de la penumbra.

Numerosas historias se acuestan hasta la luz del alba: historias tristes, de amargos sinsabores, cotidianas del pueblo. Y todo parece volverse sin temblor y sin renacimiento, sin punta alguna de raíz y sin excavación de aliento.

Sin enbargo, cuando menos se le espera el viento despierta, se alza, se amotina, viento húmedo que tiene, por tanto, buenos auspicios para el amanecer de los sedientos. 


Mañana será otro día aguardando la esperanza en la que me hundo como en música suave, puro tesoro, solo intención hasta que la idea en acción se desnude ante a la luz.

El viento se subleva y a veces se transforma en vendaval y borrasca señal clara de tambores conmoviendo los paises del exilio; muestra fehaciente de razones claras para ponerse en marcha justo en el momento exacto en que la tierra copule con el sol.

Ahora, sin embargo, el sueño tiene una herencia de rosas consumidas como un volcán inactivo colmado de vacías amenazas; o bien el sueño trae una ladera cubierta de mielgas florecidas o un mover de suaves olas en la calma chicha del océano.

Luego, es cierto, en el sueño, un viento se izó en la roja cabellera de la aurora y los enjambres del silencio abandonaron su formación y las quietudes se despertaron con alegres semillas de bullicio y el cielo se coronó a si mismo con un rojo de firme reciedumbre.

La plaza, sola, ahí, esperando una aurora de muchedumbres en marcha.