miércoles, 27 de octubre de 2010

Recordando al tabaco


El vocablo castellano tabaco parece haber sido inventado como imitación fonética de las voces twaka, tako, toaka, usadas por los aborígenes de la región de Darién, Panamá y tierras más al Norte hasta Nicaragua para designar una ‘yerba… como quatro o cinco palmos de alto con unas hoxas anchas, gruesas, blandas e vellosas’. Es posible que proceda de la voz indígena antillana que designaba a artefactos empleados para la inhalación del humo de esta solanácea y de otras plantas. En todo caso, el término se extendió poco a poco, aparece usado en 1529 con referencia a la isla Española y de allí pasa a México y al resto del continente, no tardando en desplazar y sustituir en toda América a las numerosas designaciones indígenas regionales. Durante varias décadas tuvo un significado impreciso, utilizándose tanto para nombrar a la planta, a sus hojas secas y liadas y a algunos instrumentos destinados en las Antillas a la inhalación de su humo, como a la acción de aspirarlo. No se conocen en detalle los cambios semánticos que concluyeron en limitar el significado de tabaco a la conocida planta solanácea y a su hoja seca y fermentada. Lo cierto es que el vocablo pasó a la península Ibérica y de allí, con las naturales variantes, a todos los idiomas modernos, acabando asimismo por sustituir a los numerosos nombres que inicialmente recibió en Europa y que solieron hacer referencia a su supuesto valor medicinal: hierba santa, panacea antártica, hierba tornabona, etc.  Contribuyeron notablemente a la difusión universal del nuevo término las obras impresas de varios cronistas, médicos y naturalistas españoles.

Las primeras descripciones de la planta hechas con cierto rigor, a partir de 1554, fueron europeas, así como las iniciales representaciones gráficas detalladas, que se difundieron desde  1570 en adelante. En 1611 prrincipian los intentos de estudio sistemático, pero hasta 1753, con el famoso botánico Linneo, no recibirá la planta del tabaco ni su nombre científico actual ni su clasificación botánica, que recientes investigaciones genéticas pueden modificar. Prescindiendo de las complejas cuestiones que plantea el origen y evolución del género Nicotiana, digamos que al menos dos de sus subgéneros se dieron en el México prehispánico: la N. rustica y la N. tabacum. La primera, que formó parte de la flora aborigen, medraba en la mayor parte del país, exceptuadas sus regiones áridas y frías; debió ser domesticada, junto a otras plantas, alrededor de los primeros núcleos de vida sedentaria en el México central, desde donde se difundió su cultivo hacia el Norte y hacia el Sur. La N. tabacum, de origen suramericano, llegó tardíamente en su largo proceso de difusión hasta las Antillas, Centroamérica, Yucatán, lo que hoy son los estados de Chiapas y Tabasco y probablemente, a las tierras bajas más orientales de Oaxaca y Veracruz.

Las primeras noticias históricas sobre la N, rustica proceden de los mayas, que la denominaron kutz y que la usaban ya en la primera mitad del siglo V d.J.C. También existen vestigios de su empleo en las ciudades tarascas y toltecas, asi como en regiones septentrionales,  por ejemplo en algunas aldeas de Nuevo México. Los aztecas heredarían la utilización de la N. rustica, que llamaron pisietl o picietl, términos luego españolizados en las formas piciete o pisiete, de larga supervivencia: en la forma pisial o pesial, se han mantenido hasta nuestros días en algunas zonas rurales próximas a Zacatula.  Existe otra denominación azteca para el tabaco: la de yetl, de significado originariamente más extenso, ya que Francisco Hernández la usó en el siglo XVI como parte del nombre de varias plantas, pero que acabó por aplicarse exclusivamente a la N. tabacum y sirvió para formación de derivados como acayetl o caña de tabaco, yetecomatl o recipiente para el tabaco, e incluso picietl –si es correcto considerarlo síncopa de pisiltic y yetl- o pequeño tabaco. Comparado el tamaño de las hojas de N. tabacum con las mucho menores de N. rustica, podrá tal vez concluirse que los aztecas designaron yetl a la primera y picietl a la segunda.

Si esto fue así, la palabra picietl sería la de mayor antigüedad, como aplicada a la planta aborigen; parece corroborarlo su uso predominante en el siglo XVI y la prolongada supervivencia del vocablo. El yetl o N. tabacum, desconocida en cambio en el México central, sería llevada allí por los aztecas desde las regiones productoras del Sur del país, límite septentrional de su cultivo; por alguna razón le dieron preferencia sobre el picietl en usos ceremoniales, lo que explicaría la formación de palabras derivadas utilizando sólo el término yetl, relativamente moderno en su significación precisa de N. tabacum.

Guillermo Céspedes del Castillo

(Del libro ‘El tabaco en Nueva España’, capítulo I titulado ‘Los uso del tabaco hasta fines del siglo XVII’, páginas 17, 18 y 19; Madrid 1992; Real Academia de la Historia)